sobre los bramidos estériles
I
todo era una ilusión: incluso la vida.
acaecía con su cuerpo toda la materia que le inundaba alrededor; así era como se había creado a lo largo de la historia: como una enorme mentira en las puertas del abismo.
acaecía con su cuerpo toda la materia que le inundaba alrededor; así era como se había creado a lo largo de la historia: como una enorme mentira en las puertas del abismo.
todos los días volvía al mundo anónima contra el vacío de los cuerpos.
no conocía a nadie; no se reconocía en ningún lugar.
dormir,
descansar,
vivir
se hacía una pesadilla inagotable que nunca terminaba.
había confiado la custodia de toda sus ilusiones a un trozo de pan y a un futuro llamado inmigración.
en su viaje,
desde el infierno a las cloacas:
patera moribunda anclada entre su sien: cadáveres, puertos, hombres, y más hombres: hambre en alta mar; y soledad
,
soledad arrancado hasta el último ábside de sus huesos.
esa era su cruz,
blanca sobre su sangre;
No existiría una vida siguiente; lo sabía: morimos en el mismo instante en el que lo aceptamos.
todos los días, se levantaba de la cama, preparaba su cuerpo para pugnar una vez más y se abría paso entre la multitud; y como de costumbre, el hambre seguiría azotando la sien – aún después de tanto viaje -
su habitación: un motel de carretera en el infierno, llamado sida.
un sueño: sobredosis
y un paraíso;
quedaba ya menos camino para regresar a casa; la muerte asecha en cualquier esquina; lo anunciaba el galope del caballo entre sus arterias.
el sexo de la noche volvía a poner precio a sus víctimas; mañana, como siempre habrá plexiglás apurado en una barra de bar, ropa de diseño y algunas monedas en el bolsillo... así comenzará una batalla de tras otra, una noche más, al borde de una carretera entre sudor, frío y semen entre los labios:
ya no habrá lugar para llorar sobre los bramidos estériles de los neones.
soledad arrancado hasta el último ábside de sus huesos.
esa era su cruz,
blanca sobre su sangre;
No existiría una vida siguiente; lo sabía: morimos en el mismo instante en el que lo aceptamos.
todos los días, se levantaba de la cama, preparaba su cuerpo para pugnar una vez más y se abría paso entre la multitud; y como de costumbre, el hambre seguiría azotando la sien – aún después de tanto viaje -
su habitación: un motel de carretera en el infierno, llamado sida.
un sueño: sobredosis
y un paraíso;
quedaba ya menos camino para regresar a casa; la muerte asecha en cualquier esquina; lo anunciaba el galope del caballo entre sus arterias.
el sexo de la noche volvía a poner precio a sus víctimas; mañana, como siempre habrá plexiglás apurado en una barra de bar, ropa de diseño y algunas monedas en el bolsillo... así comenzará una batalla de tras otra, una noche más, al borde de una carretera entre sudor, frío y semen entre los labios:
ya no habrá lugar para llorar sobre los bramidos estériles de los neones.
Fin
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