«Dicen que la sangre huele a metal. Que lo último a lo que se enfrenta uno en esta vida es a una especia nebulosa que huele a pólvora, mientras que los oídos dejan de resonar y retumba en tu interior el ansia, la sequedad, el aire que se precipita sobre tu garganta. No puedes articular ni una palabra. Permanece congelado el tiempo. Mantienes el control, mientras haces un reseteo de todo lo que sucede a tu alrededor. Pasas lista: pienso, Ok. Puedo moverme, ok. Buscas la verticalidad. Retomar la dirección del abismo. El norte. La exactitud. El saberte vivo».
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